sábado, 9 de agosto de 2014

Aventuras de una Pionerita venezolana en Cuba por @celinacarquez

El artículo reproducido a continuación autoría de la periodista Celina Carquez es la muestra del castrismo opositor que plaga la oposición, una de las razones por las cuales no logramos salir del régimen Castro chavista: porque tanto chavismo y oposición oficial MUDeca son afines y cercanos a las ideas del anciano dictador...

Como dicen por ahí... Recordar es vivir...
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Domingo
Domingo 24 de Octubre de 2010
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TalCual

 

Domingo

CRÓNICAS DEL S. XXI

Aventuras de una pionerita venezolana en Cuba

 
CELINA CARQUEZ

 
1 Estoy en una casa pequeña, pero con ciertos lujos, pese a que me encuentro en una Habana semiderruida. Hay aire acondicionado, un auto, televisor, nevera y habitaciones amplias. Me quedo allí con unos médicos amigos de mi familia, estoy junto a mi mamá y mi hermana. Mi mamá me trae una carta que me envía mi papá. Dice: "Hija, me alegro de que vayas al campamento de niños pioneros y tengas la oportunidad de conocer otra forma de ver el mundo. Te quiere, tu papá". 

Tengo nueve años, vivo a las faldas de mi mamá, y armo un berrinche porque no me quiero separar de ella. ¿O sería que intuía a dónde iban a mandarme? Igual soy eyectada al Campamento Internacional de Niños Pioneros 26 de julio en Varadero, dos o tres días después.

2 En Venezuela hay una pequeña legión de ex niños pioneros que fueron adoctrinados directamente en la Cuba comunista. 

Pero no hay nada que temer: soy una de ellos. Me enviaron dos veces a esos campamentos, y juro que de aquello no quedó nada, ni surtió efecto alguno. Nunca tuve ganas de tomar el cielo por asalto, ni de hacer la revolución. 

Mi viaje fue hace casi 25 años. Faltaban tres años para que cayera el muro de Berlín. Existía la Unión Soviética, era la época de la guerra fría; los buenos, los malos. 

Cuba era un símbolo: la lucha contra el sistema capitalista en América Latina. Yo, obviamente, no entendía nada de esto. 

Mientras, jugaba con mi colección de barbies pret a porter y veía Candy-Candy. 

Estos viajes se hacían cada año. Desconozco si había algún criterio especial para seleccionar a los niños, aparte de la militancia de los padres. Teníamos un uniforme: franela blanca, boina azul y pañoleta roja. En un vuelo a Cuba coincidí con el fallecido actor Héctor Mayerston. Aún conservo la foto que me tomé con él; estaba exultante. 

Siempre fui junto a la delegación del Instituto Venezolano-Cubano de la Amistad. Éramos entre 12 o 15 venezolanos. 

Había, por supuesto, un presidente de la delegación. Sé que Ricardo Menéndez, el hoy ministro de Ciencia y Tecnología, presidió una de las delegaciones en las que estuve. No sé cómo se escogían esos presidentes, quizá voté por él y mi cabeza no lo recuerda. También hay un alcalde que fue, pero no coincidimos. En honor a la verdad, conozco más gente que estuvo en esos campamentos y le importa un bledo la política, que los que ahora están con el chavismo. 

3 Llegué a Varadero un agosto junto con mi hermana mayor ¡quien tampoco presenta rastros de adoctrinamiento en su mente!, y estuvimos ahí durante un mes. Era una especie de complejo habitacional, con edificios en bloques de cuatro pisos, canchas de tenis, fútbol, un patio con astas para cientos de banderas, piscinas, comedores, y salida al mar. Ese lugar aún funciona y tiene capacidad para albergar a 14.000 niños. 

Había mucha gente. Por primera vez en mi vida, me encontré con personas como yo: ateos e hijos de comunistas. Ya no era rara. Y creo que sólo por eso me sentí feliz. Estos campamentos, en sus mejores épocas, recibían niños de 30 o 40 naciones. 

Se suponía que teníamos tareas, había un orden, actividades cívicas que cumplir y temas importantísimos que discutir. Pero sólo recuerdo la inmensidad del mar. 

Caminar por esa playa que me parecía infinita, porque el agua no era profunda y tenía la sensación de que, por mucho que caminara, siempre estaría en la orilla. 

Recuerdo el calor. Siempre que creíamos que acabaríamos derretidos nos daban patillas, kilos y kilos de patillas que devorábamos para saciar la sed. Ningún pionerito podrá decir que pasó hambre en Cuba. Jamás. Comíamos a todas horas: galletas, frutas, jugos. No necesariamente bien, pero comíamos muchísimo. 

Cada semana una delegación cocinaba, otra limpiaba, otra ponía la mesa, otra fregaba. Una idea muy romántica para inculcarnos valores. El caso es que la comida, a veces, era poco digerible. Muchos niños terminaban con diarrea. Además de que no se usaba aceite, sino manteca de cochino. Pero tenía su encanto, lo de repartir tareas, claro está. 

A la hora del almuerzo te sentabas en unos larguísimos mesones a compartir con gente distinta y conocías otras culturas. El comedor que también tenía aire acondicionado estaba atestado de fotos y afiches de Fidel, que decían cosas como "Con Fidel rumbo al siglo XXI", "Fidel es el futuro". Y fotos del Che. Tantos afiches y fotos como los que pueblan las autopistas y avenidas venezolanas con la cara de Chávez. 

Todo el viaje repetíamos este grito de guerra cada vez que nos lo pedían: ¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che! Y hacíamos un saludo militar. Lo hacíamos en un patio, a pleno sol, donde se izaban las banderas de nuestros países, y una vez a la semana se reunían todas las delegaciones en una plaza, y cada cual cantaba el himno de su país versión abreviada, mientras los demás pioneritos escuchaban. Era emocionante cantar tu himno frente a todos, aunque a nadie le importara salvo a los tuyos. Pequeñas semillas nacionalistas.

Aprendí algunas letras, como la O Bella Ciao , que después que la memorizas nunca la olvidas. "Soy comunista, toda la vida/O bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciao/soy comunista, toda la vida/y comunista he de morir (bis)/Y si me matan en el combate/o bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciao/y si me matan en el combate/pongo en tus manos mi fusil (bis)". 

4 Cuéntanos, ¿cómo viven los niños como tú en Venezuela? me preguntó una noche un facilitador, mientras estábamos sentados junto a una fogata en la playa. 

Hay muchos niños pobres que no van al colegio. Y hay otros que los llevan a Miami repetí, reduje y simplifiqué. 

Ese facilitador también sabía de historia. Cuando una pionerita habló sobre su vida en Managua, el facilitador intervino para contarnos a todos que en Nicaragua vivió Augusto César Sandino, un campesino y patriota, que lideró la resistencia contra el ejército de ocupación estadounidense, y que fue asesinado por Anastasio Somoza. Así iban desgranando el panteón de héroes de todos los países, e introducían a los pioneritos que provenían de naciones para algunos desconocidas. Como cuando nos presentaron a una niñita de Belice, y no sólo no pudimos ubicarlo en el mapa, sino que jamás habíamos oído de ese país. Yo, por mi parte, jamás he vuelto a conocer a un beliceño. 

El facilitador me hizo otra pregunta, pero no recuerdo qué fue ni qué dije. Recuerdo, sí, su interés en saber cómo vivía la gente y si había mucha pobreza. La onda era que todo el mundo contara los horrores y las injusticias de sus naciones, y pudieran darse cuenta que había una constante: niños oprimidos por un sistema que los condenaba. A todos se nos arrugaba el corazoncito con las historias. 

Pero hubo una historia que sí me frunció el corazón como una pasa, y nunca la olvidé. Una noche, paseando por el complejo, me topé con un remolino de gente alrededor de un niñito color ébano, de no más de trece o quince años y cuerpo enjuto. Su piel estaba llena de cicatrices y usaba muletas porque le faltaba una pierna. 

¿Qué dice? ¿Quién es? -pregunto con impaciencia a los otros que tengo al lado, pero nadie parece oírme. 

Se llamaba Joao, viene de Angola. Está contando que perdió una pierna luchando en la guerra por liberar a su país del apartheid y el colonialismo -me dice un adulto, un cubano que le sirve de traductor. 

Joao andaba junto con una delegación angoleña bastante grande. El mayor de ellos no tendría 20 años y casi todos estaban heridos. A algunos les faltaba un brazo o una pierna. Te mostraban su cuerpo tiroteado o desmembrado, con una rara mezcla entre tristeza y orgullo. 

El traductor contó que Cuba ayudó a la guerrilla del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), en su batalla contra el colonialismo portugués. 

Cuba permaneció en ese país 16 años. 

Sí, ése era otro mundo.

5 A los niños cubanos no los dejaban entrar en nuestras habitaciones. No entendía por qué. Los mexicanos, los españoles, los nicas, los franceses, los norteamericanos, todos los demás, entraban y viceversa. Menos los cubanos. Eran los propios cubanos los que se inhibían. De hecho, estaban en otro edificio. Algo así como uno para nacionales y otro para internacionales. 

Había delegaciones de delegaciones. El esquema de países centro-periferia también se reproducía en el campamento. Los franceses eran respetados, y dedicaban mucho tiempo a repartir panfletos apoyando la liberación de Nelson Mandela. 

Los norteamericanos eran populares, y por razones obvias, no eran muy queridos, pero los que osaban ir al campamento, habían hecho un acto de constricción previo. 

Recuerdo un amor apasionado entre una gringa y un cubano que no tenía nada que envidiarle a ningún culebrón venezolano. 

Los cuates mexicanos se escapaban en las noches con los chamos venezolanos a intercambiar tequila por ron. Un presagio de la economía del trueque que vendrá. 

Un mediodía, por los parlantes dijeron esto: "los compañeros de las delegaciones de México y Venezuela nuevamente rompieron las reglas y salieron después de la hora establecida para dormir". O sea, ¿nos espiaban? En uno de los viajes también estuvo un mexicano que era nieto del Che. Y por supuesto era una especie de rock star

Todo el mundo no hacía otra cosa que preguntarle por su abuelo. No, no lo había conocido. Ya estaba muerto cuando él nació. 

De allí salieron no sé cuántos romances y amistades. Y eso que no existía internet, ni facebook-twitter. A la vieja usanza: postales y cartas. Otra época, definitivamente. 

6 El penúltimo día en el campamento, nos llevaron en un autobús alquilado a una diplotienda una tienda para diplomáticos y turistas, en la que se podía comprar todo lo que uno quisiera, siempre que fueras extranjero y tuvieses dólares. 

Había muchos perfumes franceses, maquillaje y ropa Dior. A causa del bloqueo, esos productos eran de lo poco que entraba a la isla. Por tonta traté de pagar a una cubana una bolsa de caramelos y dulces varios con bolívares. La cubana se rió de mí, y mi hermana mayor me miró con cara de querer decir: ¿sufres retraso mental? Llegó el último día. Llevaba en mi maleta un montón de ropa sólo para regalarles a los cubanos. Mi mamá la había comprado y también había recolectado chivas. Todo el mundo lo hacía, era como un ritual. 

Busqué a las amiguitas que hice. Dependiendo de las simpatías daba lo que tenía pero siempre daba. A cambio, mis amiguitas cubanas me regalaron muchos prendedores de espejitos con los rostros a colores de Lenin, el Che, Fidel, Martin Luther King y José Martí. Sería temerario decir que había prendedores de Stalin, pero pienso que sí. 

Chica, ¿tú no tienes chicle Adams que me regales? -dice una de mis amiguitas. 

No, no tengo. 

¿Pero ni un pedacito? ¿Nada? No, nada. No traje. 

Quedó desolada. Pienso: Maldito capitalismo. Intercambiamos direcciones, y quedamos en escribirnos. Pese a que mi madre fue la promotora y principal activista del viaje, al año siguiente, no sé por qué, nos llevó a Miami. Y luego, otra vez a Cuba. Y luego, detesto a los militares. 

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