sábado, 1 de noviembre de 2014

Las cadenas latinoamericanas, por @AndresVolpe

Democracy and socialism have nothing in common but one word, equality. But notice the difference: while democracy seeks equality in liberty, socialism seeks equality in restraint and servitude.
Alexis de Tocqueville


El éxito de los regímenes populistas de América Latina ha sido el de banalizar la democracia. Pocos son los latinoamericanos que confían en la democracia como un sistema de organización política y social que garantice el mejoramiento de la condición humana. Ya que, aunque suene inverosímil, el individuo latinoamericano escoge el socialismo, porque este le promete sacarlo de la pobreza o, por lo menos, castigar a los que no viven en ella. En otras palabras, el socialismo promete los medios para perpetrar la venganza de, los que ellos llaman, las clases desposeídas. El latinoamericano escoge el socialismo democráticamente, porque este le promete progreso o, al menos, le promete una desvirtuada justicia que proviene del odio social. Esta es la tentación socialista.
Ahora bien, el “progreso social” que propone el socialismo en América Latina se hace en detrimento del individuo y sus libertades, y en favorecimiento de la idea del colectivo como fin en sí mismo. La unidad social primigenia para el socialista latinoamericano no es el individuo, sino la masa. Esto lleva a que la democracia no sea la suma de voluntades individuales para la delegación de poder. Por el contrario, la democracia se convierte en el arte de falsamente empoderar a las masas que se creen sin poder para, precisamente, destruir las instituciones democráticas y dar paso a sistemas totalitarios cubiertos bajo el manto de la justicia social.
La justicia social es la falsa justicia que dispensan los regímenes totalitarios en nombre del colectivo. Bajo la justicia social se violan los derechos de propiedad, los derechos humanos, el Estado de Derecho, la libertad de expresión y demás instituciones legales que, bajo el argumento de macilentas, perpetradoras de injusticias e ineficientemente burocráticas, son despreciadas por los populistas latinoamericanos que buscan el “progreso social” mediante soluciones inmediatistas.
Principalmente, la banalización de la democracia por parte de los socialistas latinoamericanos se concreta mediante una sola acción originaria que abre paso a las demás acciones. Esta acción originaria es la de reducir a la democracia a un simple mecanismo de legitimación, ya que los regímenes socialistas latinoamericanos se escudan incansablemente en el hecho de haber sido elegidos popularmente, mientras, al menos en el caso de Venezuela, cometen crímenes contra la ciudadanía y perpetúan la miseria. Particularmente en Venezuela, se puede argumentar que el socialismo se fortaleció a través del falso discurso reivindicador de la dignidad de los pobres y a través de la promesa de venganza que emana del odio social entre clases. No obstante, en un sentido más amplio que abarque a toda la América Latina, los socialistas han convertido la democracia en una hipocresía y, al banalizarla, la vacían de toda razón de ser, lo que conlleva a que las sociedades la descarten como una forma defectuosa de organización política y social.
Esta ha sido la gran mentira del socialismo latinoamericano que, bajo la pretensión de ser democráticos, han destruido las instituciones que esta promueve y protege. Han querido quitarle al latinoamericano, mediante la idea de progreso social, los derechos que la humanidad ha conseguido durante siglos de lucha y evolución política.

Ellos son los que han vuelto a encadenar al individuo.

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